Jaragua
no cae

Alex Martínez Suárez

Rab Messina

¿Quién perdió cuando el Jaragua cayó?

República Dominicana todavía no era el destino turístico en el que finalmente ha logrado convertirse cuando un hito marcó el paso entre el sueño y la acción: en 1942 se inauguró en la capital, frente al mar Caribe, un hotel de gran tamaño que le anunciaba al mundo que el país estaba dispuesto a recibirlo en casa.

Y no era cualquier hotel: era el primer establecimiento de su tipo en toda la región, una estructura racional que rompía con la tipología de la arquitectura hostelera antillana de la época y hablaba de una nación con deseos de modernidad y de mirar hacia un futuro luminoso. En 1985, en medio de protestas y desacuerdos, el Hotel Jaragua fue demolido.

Entre su nacimiento aupado por la dictadura megalómana de Trujillo y su muerte en medio de las aguas turbias del mandato de Jorge Blanco, ¿cómo valoró el pueblo dominicano el establecimiento, en cada una de sus etapas? ¿Sabíamos lo que estábamos perdiendo? O más importante aun: ¿Cuáles consecuencias estamos pagando hoy por la desaparición de la que quizás fue la obra culmen de la arquitectura moderna dominicana?

San Zenón aplana la capital dominicana

LA CIUDAD

Hasta el 3 de septiembre de 1930, Santo Domingo era una Ciudad Primada donde, más que la piedra, primaba la madera: la mayoría de las casas estaban hechas de tablas, zinc y palmas. Con el cruel paso del huracán San Zenón, la capital quedó aplanada, quedando en pie mayormente las edificaciones de la era colonial y unas pocas hechas recientemente. ¿Cuáles, en específico? Las erigidas en hormigón armado, una técnica entonces poco conocida pero que ya se había puesto de manifiesto con éxito en el centro de la muy pujante San Pedro de Macorís.

Santo Domingo comienza a pensar en concreto

EL MATERIAL

Al huracán le esperaba otra fuerza poderosa del otro lado. En agosto de 1930 había tomado el mandato presidencial un producto de la carrera policial y militar: el general Rafael Trujillo Molina. Con ese borrón natural vía San Zenón, Trujillo vio la oportunidad de hacer cuenta nueva: buscaba reconstruir una ciudad capital para que hablara de la potencia y la firmeza de su Gobierno… y eso solo se lograría a base de hormigón armado. Con velocidad, Santo Domingo comenzó a pensar (y a construir) en concreto. De esa época surgieron obras que dibujaban una capital asentada en el progreso técnico del siglo XX: al edificio Baquero que ya estaba en pie desde 1927 —uno de los sobrevivientes de San Zenón, hecho en un estilo neoclásico ecléctico— se le unieron obras como el edificio Fernández en estilo art déco creada por José Antonio Caro y Leo Pou Ricart, la primera iglesia evangélica de la ciudad —ubicada en la calle Las Mercedes y hecha por Benigno de Trueba y Eric Mayer— y la llamativa Casa Vapor de Henry Gazón Bona. Con esto, ya Santo Domingo comenzaba a verse en el espejo como una urbe caribeña moderna.

El mar Caribe reclama su protagonismo

EL MAR

Santo Domingo no se imaginaba al mar Caribe como un lugar de esparcimiento: en el pasado, de ahí venían los corsarios; en el presente, de ahí venían los olores del matadero. En efecto, muchas familias adineradas tenían parcelas utilizadas para esparcimiento ubicadas en la costa, pero el agua era tan menospreciada que el frente de las villas solía dar hacia el Camino del Oeste —la hoy llamada avenida Independencia—. Sin embargo, a través de uno de los proyectos ejecutados por Trujillo fue inaugurada en 1936 una vía costanera que permitió a los capitaleños pensar en el nuevo Malecón como el lugar idóneo para ir a hacer nada. Solo que, ya con ese buen contenedor creado, ¿dónde estaba el contenido?

¿Quién podrá diseñar el futuro?

EL ARQUITECTO

Para esa década, la Universidad de Santo Domingo no tenía la carrera de arquitectura en su oferta académica. Por eso, un joven delineante de la Oficina de Dibujo de la Dirección General de Obras Públicas tenía su mira puesta en el este de Estados Unidos: su meta era llegar al Departamento de Arquitectura de la Universidad de Yale. Tras pasar por la escuela de bellas artes de la Universidad de Columbia y de varias firmas de arquitectura en Nueva York, finalmente pudo inscribirse en el centro de Connecticut —pero aceptado de manera condicional, debido a lo salteado de sus estudios y trabajos previos—. Contra las expectativas del departamento de admisión, se graduaría como uno de los mejores de su promoción, ganando varios reconocimientos estudiantiles durante su paso por Yale. Al finalizar sus estudios, se embarca en un viaje por varias ciudades europeas para agudizar el ojo ante el espacio construido: pasa por puntos como París, Roma y Madrid, absorbiendo siglos de aprendizaje estilístico en apenas meses. Al retornar a casa en 1932, aplicó sus conocimientos a la producción de algunas residencias, como el Rancho Cayuco del matrimonio de Porfirio Rubirosa y Flor de Oro Trujillo —hija del dictador—. De hecho, el tener a un Trujillo como cliente iba a ser una constante en su futuro: entre 1939 y 1956 el arquitecto Guillermo González llegaría a producir algunos de los edificios públicos más icónicos del período.

Ramfis, Copello y Colón

EL DICTADOR

A través de un concurso público, la ciudad buscaba una propuesta de parque infantil —bautizado en honor al hijo del dictador, apodado Ramfis— que mirara al litoral. Entre todas las propuestas de distribución relativamente tradicional sobresalió una de líneas limpias, de corte racional, que parecía sumergirse en el mar: la de Guillermo González. Inaugurado en 1937, el parque infantil Ramfis le mostró a los ciudadanos —y a sus pequeños hijos— las bondades de recrearse frente al Caribe. Impresionado por su maestría, el mandato trujillista le otorgaría a González las riendas del Pabellón Dominicano de la Feria Mundial de Nueva York que tendría lugar en 1939 —un espacio ideado bajo el lema “La tierra que más amó Colón”—. No había finalizado el año ni bien habían acabado las obras de construcción de su edificio Copello —una inteligente estructura vanguardista en la calle El Conde— cuando ya el Gobierno le había asignado el diseño de un edificio todavía mayor: un hotel nacional frente al mar, a unos pasos de la ubicación de su parque infantil.

Un hotel a la altura de Ciudad Trujillo

LA COMPETENCIA

La capital dominicana —ahora llamada Ciudad Trujillo en honor a su megalómano en jefe— no contaba con una industria turística potente, y por lo tanto tampoco con hoteles para albergar a viajeros exigentes. Como mucho, habían posadas, hostales y establecimientos de tamaño pequeño manejados por familias de inmigrantes —como el Fausto o el Presidente—. La realidad local no se comparaba con las otras dos grandes ciudades caribeñas, que ya contaban con el Gran Condado Vanderbilt y el Nacional en San Juan y La Habana, respectivamente. Ambos tenían más de 100 habitaciones y una cantidad de amenidades sociales que los modestos salones de banquetes dominicanos no podían imaginar. Pero pronto eso iría a cambiar: Trujillo estaba inspirado en parte por una visita al Waldorf Astoria de Nueva York y en parte por una carta del gerente del Condado en la capital puertorriqueña, sugiriendo realizar un establecimiento a la altura del rápido crecimiento de la ciudad. Según los anuncios gubernamentales, los dominicanos podrían esperar no solo algo similar, sino también hasta algo innovador de este proyecto. Y tenían razón: el nuevo hotel sobre la avenida George Washington vendría a retar el panorama hostelero antillano.

Un negocio por la izquierda

LA MARRULLA

El presidente Trujillo y su tercera esposa, María Martínez, nunca desaprovechaban una oportunidad para abultar su riqueza. Por eso, cuando hubo que buscar una parcela para construir el hotel, la Martínez hizo un negocio redondo: compró una parte de lo que antiguamente se llamaba Estancia El Carmelo y, a través de un testaferro —un sujeto británico llamado Hallet Hansard— la vendió al Estado dominicano. Para financiar la obra, el Gobierno solicitó un préstamo de 400 mil dólares al banco estadounidense ExIm… solo que Guillermo González y su hermano Alfredo, encargado de la construcción, realizaron una cotización por 200 mil. Tras todas las transacciones, el matrimonio Trujillo terminó con casi 200 mil dólares adicionales en el bolsillo.

Suben los cinco pisos

LA CONSTRUCCIÓN

La construcción del hotel fue una labor conjunta entre Guillermo González y su hermano menor Alfredo, un ingeniero civil. En un área de nueve mil metros cuadrados sobre un amplio terreno de 20 hectáreas, el arquitecto había dedicado espacio a todo lo que el Fausto, el Francés y los demás hoteles capitaleños no contaban como esenciales. Esto se notaba fácilmente con el tema de la altura: González se dio el lujo de subir a cinco niveles de hormigón armado, colocados en dirección oeste-este mirando de frente al mar Caribe.

¿Nacional o Jaragua?

EL NOMBRE

Hasta 1940, las referencias mediáticas al hotel hablaban de él como “Hotel Nacional”. De repente, en 1941 los medios hablan del Hotel Jaragua. No hay mención de la justificación para el cambio —es lógico que hayan decidido bautizarlo con un nombre distintivo, para sacarlo de abajo de la sombra del Hotel Nacional en La Habana—. En materia de nomenclatura pública, la dictadura parecía tener solo dos vocabularios: el de la familia Trujillo, con los nombres de pila de los hijos, hermanos y progenitores del Jefe utilizados para nombrar desde parques hasta avenidas, o el de los personajes militares de Estados Unidos, como el George Washington de la avenida costanera o el General Andrews del aeropuerto. Sin embargo, en vez de Hotel Trujillo, Hotel Angelita, Hotel Ramfis, Hotel Pershing, Hotel Lo-que-sea, el establecimiento fue bautizado con el nombre de un cacicazgo.

Directo desde la mesa de dibujo

EL PROYECTO

Los planos del anteproyecto del Hotel Jaragua, hechos por los hermanos González, estaban listos para aprobación en octubre de 1939. Ahí en esas hojas había una propuesta arquitectónica racionalista de carácter innovador, con una eficiencia evidente en la distribución de sus espacios interiores. Aparte, es impresionante cómo aun para esa fecha Guillermo González estaba clarísimo de lo que buscaba en la obra, pues los planos revelan un nivel de detalle profundo —por ejemplo, había colocado un reloj minimalista en el vestíbulo, puertas flotantes de vidrio y especificaciones de materiales de terminación—.

El crucero echa anclas frente al mar

LA DISTRIBUCIÓN

El primer nivel comenzaba en una marquesina que conducía a un vestíbulo con doble altura, con la figura central de un busto de Trujillo —para que a nadie se le olvidara quién había sido el promotor del proyecto—. El vestíbulo estaba localizado en el centro del volumen vertical, y alrededor de este se expandían las distintas áreas comunes del hotel. Por ejemplo, hacia el sur había un gran salón de fiesta y una galería perimetral que lo bordeaba en tres de sus lados. Hacia el oeste había una tienda de regalos, una sala de escritura, un salón de belleza y el casino, este último con accesos independientes. El área del bar central conectaba la gran terraza con el patio andaluz, así como otra terraza que daba hacia los jardines en el norte. Hacia el este se ubicaban otras dependencias, como el gran comedor, la cocina, el comedor privado, la lavandería y distintas secciones de servicio. Por esta zona también se descendía al sótano, donde se encontraban las áreas complementarias de servicio, como las calderas para agua caliente, los talleres y los depósitos. De cara al litoral sur de la ciudad quedaban los jardines, el área de la piscina y la gran terraza al aire libre. Ya del segundo al cuarto nivel, con un esquema de distribución similar, se encontraban las habitaciones, colocadas a lo largo de un pasillo central. Hacia el norte estaban las habitaciones sencillas y hacia el sur, mirando hacia la piscina, las dobles. Todas contaban con baño privado y armarios revestidos en cedro, así como de instalación para teléfonos, abanicos eléctricos y radios. En total habían 66 habitaciones —36 dobles y 30 sencillas— y tres suites.

Un par de préstamos de aquí y de allí

EL ORIGEN

Pero ojo: el Jaragua no nació totalmente en Dominicana. Los primeros en emplazar hoteles racionalistas frente al mar fueron los franceses: André Lurçat diseñó el Nord-Sud en Córcega (1929) y Georges-Henri Pingusson ideó el Latitude 43 en Saint-Tropez (1932). Solo hay que fijarse en las fotos de esos volúmenes blancos, de superficies acristaladas contra un cuerpo de agua para darse cuenta de la referencia.

O también están los países nórdicos. El edificio Maalaistentalo (1927-1928) y la biblioteca de Viipuri (1927-1935), ambas del finlandés Alvar Aalto, tienen un ritmo de huecos que recuerdan algunas de las decisiones tomadas en el Jaragua. Lo mismo se puede decir el Pohjanhovi, un hotel diseñado por Pauli y Märta Blomstedt en 1936: su composición volumétrica es muy similar a su homólogo en el Caribe.

Pero ningún otro elemento fue objeto de un copy+paste más literal que la escalera exterior del hotel: cuando González asistió a la Feria Mundial de Nueva York en 1939, trajo como souvenir el recuerdo de las escaleras del pabellón de la Ford Motor Company, con curvas que giraban alrededor de un asta de bandera.

La aprobación de un maestro

LA VALORACIÓN

Había alguien que sabía muy bien cuán difícil era adaptar la corriente racionalista a condiciones climáticas soleadas: Richard Neutra, un arquitecto austro-estadounidense que trabajó bajo la tutela de mitos como Adolf Loos y Frank Lloyd Wright. El estilo moderno que desarrolló en el sur de California llegó a ser tan popular que ya es un ícono de la zona. Neutra estuvo de visita en Santo Domingo en marzo de 1945, en un breve viaje tras haber pasado una temporada de trabajo en Puerto Rico. Obvio, se hospedó en el hotel más lujoso de la capital, y cuando le tocó dar una conferencia en la Universidad de Santo Domingo, no dudó en decir que la creación de Guillermo González era tan buena como los mejores edificios racionalistas del continente europeo.

El más internacional de los hoteles dominicanos

LA PRENSA

Ninguna obra dominicana había llegado tan lejos como el Jaragua: fue difundido ampliamente en medios internacionales dedicados a la arquitectura, a pesar del complicado momento político que se vivía por motivo de la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, la revista Interiors destacó su diseño en 1944, mientras que Proyectos y Materiales y The Architectural Forum lo hicieron en 1945. En esta última, de hecho, se le dedicó un espacio generoso donde salió publicada la planimetría del hotel, así como el extenso listado de materiales y proveedores que conformaban su ficha técnica.

La estela del Jaragua en el Caribe

EL IMPACTO

El Jaragua fue el primer hotel en la región en enarbolar la bandera del racionalismo; por eso, su estela es visible en varios países vecinos. Desde el monumental Caribe Hilton de San Juan (1949), el Hotel del Lago en Maracaibo (1950) y el Hotel El Panamá (1946-1951) hasta el Hotel Riviera en la Habana (1957) y el Hotel La Concha en San Juan (1959). En las Antillas Menores también recibieron su influencia estética el Virgin Isle Hotel de Saint Thomas (1951) y el Aruba Caribbean Hotel (1959). Aunque estas propuestas llegaron a superarlo en escala, equipamiento y programa de áreas, el aporte pionero del Jaragua es innegable… a pesar de que a la fecha no se haya hecho justicia dándole el reconocimiento de su carácter precursor y su influencia en la industria hotelera de la zona.

El lugar para estar de día y de noche

LA VIDA SOCIAL

Hasta mediados de los años 50 el Jaragua era, sin lugar a dudas, el epicentro de la vida social para la crema y nata de Ciudad Trujillo. De día las actividades giraban en torno al área de la piscina, el lugar de encuentro por excelencia para tomar sol y compartir alrededor del jardín con vista al mar. Al caer el sol, la gran terraza era frecuentemente el escenario de bailes bajo la luna. Su agenda no paraba: desde desfiles de moda y música en vivo hasta celebraciones del régimen trujillista, noches temáticas dominicanas y fiestas privadas. Su programación ofrecía revistas musicales con regularidad, así como espacios de entretenimiento para elegir: estaban el casino, el bar y el restaurante, este último con ofertas de gastronomía internacional y criolla.

Un hotel con banda sonora

LA MÚSICA

El mero nombre del establecimiento era sinónimo de la música en vivo: en las décadas de los 40 y 50 tocaban la orquesta de José Manuel López de lunes a viernes, y los fines de semana el escenario le pertenecía al maestro Luis Alberti, el líder de la Orquesta Generalísimo Trujillo. Ahí sonaba una combinación que incluía Toda una vida y Quizás, de Osvaldo Farrés; Bésame mucho de Consuelo Velásquez y Capullo de alelí de Rafael Hernández. En la sección de boleros eran fijos Paraíso soñado y Ven, ambas composiciones de Manuel Sánchez Acosta, así como Apasionado de Águeda Blandino, No te vayas de Luis Chabebe y Concierto de amor de Nicolás Yabra; en la sección de merengue se destacaban El sancocho prieto, Loreta y Caliente, autoría del talentoso maestro Alberti.

La luna tiene su lugar favorito en Dominicana

LA LUNA

¿Cuántos hoteles pueden alardear de tener su propia canción? Las noches de fiesta en el Jaragua tenían un momento muy particular, que llegó a transformarse en una tradición: Luna sobre el Jaragua. A la medianoche la voz de la llamada Espiga de Ébano, Rafael Colón, entonaba las letras de una canción escrita por el maestro Alberti, que se convirtió en el tema oficial del establecimiento.

Luna sobre el Jaragua
Que mira celosa
Tanto esplendor


Luna sobre el Jaragua
Vestirnos quisiera
De plata y amor

Silueta de palmeras
Del mar se oye el rumor
Y besos de quimeras
Se oyen de redor

Ampliaciones del tamaño del ego de Trujillo

LA EXPANSIÓN

A pesar de la reputación negativa de Trujillo, que mantenía a alejados a muchos potenciales visitantes extranjeros, la maquinaria trujillista seguía creyendo en la idea de una industria turística grande para Santo Domingo. Por eso, para 1948 los hermanos González recibieron la petición de una ampliación; construyeron cinco bungalows independientes y una adición de 57 habitaciones en un cuerpo orientado hacia el este. El casino fue trasladado a un anexo en la segunda planta y se amplió el comedor. En la década de los 50, la fachada sur ya contaba con sus toldos en color rojo teja, el jardín de la azotea ya tenía su cierre con ventanas de celosías y se instaló la concha acústica para alojar a los músicos de la gran terraza. Sin embargo, ninguna ampliación en esa época fue tan notable como la realizada para la preparación de la Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre, un evento con el cual Trujillo quería mostrar al mundo la modernidad adquirida por su nación. Ahí González fue contratado para ampliar el hotel con un anexo independiente de 100 habitaciones, colocado al noroeste del terreno. Este edificio, conectado a la nave principal a través de una escalera, fue conocido popularmente como Holiday Inn, al estar entonces operado por la cadena hotelera estadounidense del mismo nombre.

Más oferta que demanda

LA SOBREOFERTA

Por motivo de la Feria de 1955, la capital terminó con más habitaciones hoteleras que huéspedes por causa de la incorporación de tres nuevos hoteles: el Paz, el Generalísimo y el Embajador, este último construido bajo los estándares internacionales de lujo de la época.
 Estas nuevas ofertas, ubicadas en un radio relativamente cercano, generarían una sobreoferta tanto de habitaciones como de opciones de entretenimiento que irían en detrimento del hasta entonces imbatible Jaragua. Y ahí, precisamente, estaría el principio de su fin.

La Revolución toca la puerta

LA INTERVENCIÓN

En 1965 el país vivió una revuelta en la que civiles y militares tomaron las calles de la capital para intentar reponer el gobierno constitucional de Juan Bosch, derrocado por un golpe de estado en 1963. La pugna local se intensificó con la intervención de Estados Unidos, con las tropas de la llamada Fuerza Interamericana de la Paz, creada por la OEA. Los militares alquilaron el edificio principal del Jaragua para hospedarse, y esa estadía tristemente causó daños a su infraestructura, dejándolo con todavía más deterioro del que se encontraba.

Números en rojo

EL DESORDEN

Si bien el trujillato tenía una visión para un desarrollo turístico a futuro, la realidad es que el Jaragua no era rentable. No había una clientela que costeara su mantenimiento, pero mientras Trujillo estuvo vivo, era costumbre mediática el maquillar sus datos de rentabilidad para mantener a flote los caprichos del dictador.

Para colmo, el hotel vivió una desafortunada racha de nuevos contratos y rescisión de los mismos, ya que en su mayoría prometían invertir en la planta física y desistían al enfrentar los costos. Entre 1942 y 1973 la administración del Jaragua había pasado por 12 manos distintas, tanto empresas extranjeras como locales. Con tal vaivén, ya era costumbre cerrar año tras año con números en rojo. Esta inestabilidad administrativa hizo que el inmueble no pudiera mantenerse en condiciones para competir en el mercado.

Transmitiendo por radio y televisión

LOS MEDIOS

Sin embargo, en las décadas de los 60 y los 70 el hotel fue utilizado creativamente para actividades más allá de la hostelería. En 1963 Ellis Pérez instaló en el extremo este del hotel su estación Radio Universal, pionera en la transmisión en vivo de juegos de béisbol de la MLB. La emisora estuvo en las instalaciones del hotel hasta 1977.

Pero no solo radio salía del Jaragua: en el extremo oeste de su segundo nivel se alojaron los primeros estudios capitaleños de Color Visión, cuando el equipo del canal se trasladó desde Santiago de los Caballeros en 1971. Desde allí se producían emisiones infantiles diarias como El sheriff Marcos y La casa de Pequitas, mientras que los fines de semana se transmitían el Show de shows y Domingo de mi ciudad, este último conducido por Horacio Lamadrid desde varias locaciones dentro del hotel.

Un último baile

EL RENACER

Arrancando la década de los 70, el Jaragua seguía aparentemente sin ser una operación rentable; necesitaba con urgencia alguien con capacidad de ver al edificio con una visión distinta. Para su suerte, apareció alguien que estaba dispuesto a darle una nueva oportunidad: José Hernández Santa Cruz, conocido como Papito Santa Cruz, un empresario cubano que tenía experiencia con casinos, restaurantes y clubes nocturnos dentro y fuera del país. A pesar de que Santa Cruz nunca había manejado un hotel, asumió el reto de continuar con una remodelación en curso valorada más de 1.2 millones de pesos, pues el establecimiento estaba en muy mal estado. En ese proceso se colocaron plafones, se instalaron unidades individuales de aire acondicionado, se remodelaron los espacios comunes y se cambió el mobiliario por completo. También se remozaron las fachadas y el área de la piscina, y se relanzaron los restaurantes con nuevos nombres, junto a nuevo casino ahora con dos niveles. Pero hubo un proyecto en particular que sobresaldría por encima de todas estas modificaciones: La Fuente.

Entretenimiento al estilo Las Vegas

EL ESPECTÁCULO

Inaugurado en diciembre de 1975 con un presupuesto de 750 mil pesos, el salón de espectáculos La Fuente se ubicó sustituyendo el antiguo Patio Español del hotel, convirtiéndolo en un espacio techado por una gran estructura metálica sin apoyos. En su propuesta, el arquitecto Manuel Del Orbe buscó que esta nueva adición perjudicara lo menos posible el proyecto original de Guillermo González, utilizando así nuevos materiales para que se diferenciara la nueva intervención. En su interior aterrazado, con una capacidad para 800 asistentes, se colocó la primera tarima hidráulica del país, y fue ambientado con acabados e insumos importados desde Miami. Aparte de su banda de planta a cargo de Rafael Labasta, La Fuente presentaba regularmente un show al estilo Las Vegas que contaba con bailarinas locales y extranjeras, así como con figuras como el cantante José Lacay y el bailarín Ed Vachan, conocido popularmente como El Vedetto. Por esa tarima hidráulica del salón pasaron artistas internacionales de la talla de Camilo Sesto, Marco Antonio Muñiz, Danny Rivera, Donna Summer y Barry White.

Un alto a la fiesta

EL IMPASSE

El negocio iba tan próspero que en 1976 Papito Santa Cruz firmó un contrato con el Estado para prolongar la duración del contrato original de 1973 por 20 años. Sin embargo, con el cambio de Gobierno en 1982 y la llegada de la administración de Salvador Jorge Blanco, las cosas cambiarían. En los días finales de ese año y en medio de su exitosa racha administrativa, la Secretaría de Turismo clausuró el Jaragua por supuesta falta de higiene. Santa Cruz y su familia fueron evacuados forzosamente, y el hotel fue cerrado aun cuando estaba ocupado por turistas.

Y entonces, en abril de 1983 el Gobierno anunció los ganadores de un concurso público que se había licitado para suscribir un nuevo contrato de arrendamiento. De este proceso no se pudo concretar un acuerdo definitivo debido a un extraño manejo de intereses ligados al círculo del presidente Jorge Blanco, y finalmente en junio de 1984 se anunció un nuevo arrendatario: la Compañía Transamerican Hotel y Casino S.A., con una propuesta de un compromiso de 30 años. Mientras tanto, el hotel, clausurado desde ese diciembre de 1982, caía en deterioro.

Defensa contra una caída inminente

LA AMENAZA

Para cuando a mediados de 1984 la prensa se enteró de que la Transamerican tenía en planes destruir el edificio del Jaragua para construir un nuevo hotel, el contrato de arrendamiento todavía no se había sometido al Congreso. Motivados por las posibilidades de ese limbo, distintos sectores de la sociedad civil se unieron para intentar evitar su demolición. En la lista se encontraban periodistas, arquitectos y estudiantes de la carrera, como los miembros del Grupo Nueva Arquitectura, quienes hicieron una solicitud formal a los legisladores para declarar la edificación como un bien patrimonial y cultural. Ese 14 de noviembre el regidor (y arquitecto) Joaquín Gerónimo emitió desde la Sala Capitular del Ayuntamiento una resolución que declaraba la obra como patrimonio cultural, remitiéndola al Poder Ejecutivo para intentar poner en pausa esos planes que buscaban su caída para construir un nuevo complejo encima.

La opinión pública tiene opiniones distintas

LAS VOCES

La polémica en torno a la posible demolición del Hotel Jaragua quedó plasmada en cientos de artículos, editoriales y espacios pagados que se ventilaron en la prensa nacional. No todo el mundo valoraba el viejo edificio. Por ejemplo, en el periódico El Nacional Bolívar Díaz Gómez preguntaba: “¿Y qué pasaría si lo tumban? Absolutamente nada… como tampoco pasaría nada si tumban el obelisco o demuelen toda la Zona Colonial. ¿Qué cuento es ese del patrimonio cultural? Con romanticismos no se va a ninguna parte”. El comunicador César Medina lo secundó en el mismo diario, diciendo que en un país en medio de huelgas y problemas económicos alrededor del FMI, “vengan unos romanticones a postular la preservación de un criadero de ratas y alimañas dizque en aras del patrimonio cultural”. Pero por otro lado, también se oyeron las voces de defensa de parte de arquitectos como Omar Rancier, Gustavo Moré, Emilio Brea y otros miembros del Grupo Nueva Arquitectura. A ellos se unieron destacadas figuras de la prensa: ahí entraron plumas ejemplares como las de Clara Leyla Alfonso del Hoy, María Elena Núnez de El Caribe, Leo Reyes de El Sol y Héctor Herrera del Listín Diario.

¡Que lo tumben!
Esos romanticones
¡Que lo tumben!
Declárenlo patrimonio
¡Que no lo tumben!

Le dién dinamita

LA DEMOLICIÓN

Al llegar marzo de 1985, y mientras continuaban las discusiones a favor y en contra de la demolición, el hotel se encontraba completamente vacío y listo para ser eliminado. A pesar de que el Congreso todavía no había aprobado el contrato, la nueva arrendataria comenzó demoliendo la fachada sur del edificio… pero a los pocos días paralizaron los trabajos por el gran revuelo que esto había generado en los medios. La firma constructora Martínez Burgos y Asociados había subcontratado a la empresa de ingeniería Cocimar para encargarse de la demolición, y esta a su vez subcontrató a Dykon, una empresa estadounidense experta en explosivos. Y así, la tarde del 13 de marzo la población se resignó a presenciar el anunciado espectáculo de una aparatosa explosión al estilo hollywoodense, ya que las autoridades alegaban que el edificio estaba tan afectado por el salitre que podría desplomarse por sí solo en cualquier momento. Sin embargo, cuando detonaron las dos mil cargas de TNT, el Jaragua apenas se movió unos pocos centímetros… la obra máxima de Guillermo González, casi intacta, resistía y parecía burlarse de aquellos que la tildaban de débil elefante blanco en peligro de colapso. Desafortunadamente, ya que no se pudo con dinamita, los planes continuaron con una muerte indigna, usando una bola de demolición y hasta golpes manuales que terminaron de desaparecerlo.

Nuestro patrimonio perdido (y a punto de perder)

LOS CAÍDOS

En un país que solo ha sido enseñado a apreciar el patrimonio arquitectónico colonial, nuestra herencia construida del siglo XX se encuentra constantemente incomprendida y menospreciada. El panorama se agrava aun más debido a la responsabilidad compartida de arquitectos, autoridades, desarrolladores inmobiliarios y propietarios que muestran poca sensibilidad para luchar por su preservación. ¿A quién se le ocurre preservar una casona de Gazcue en deterioro, cuando en su lugar se puede sembrar una torre de apartamentos, independientemente de su valor estético? Por eso una gran parte de nuestro patrimonio moderno se encuentra hoy modificado, mutilado y hasta abandonado… mientras otra parte ya ha desaparecido. Así como cayó el Jaragua, cayó la residencia Molinari de Tomás Auñón y Joaquín Ortíz. Cayó el Matadero Industrial de Henry Gazón Bona. Cayeron la Secretaría de Estado de Sanidad y Educación y el Hospital para Obreros Dr. William Morgan, ambos diseñados por Marcial Pou Ricart. Cayeron las residencias Schad y Pichardo Ricart, de las primeras obras racionalistas de uso residencial ideadas por Guillermo González. A pesar de la larga lista, hay un patrimonio a punto de perder que, de entrar en razón, todavía podemos salvar como sociedad. En el Centro de los Héroes está tambaleándose el Pabellón de Venezuela de Alejandro Pietri. En la calle El Conde está el edificio Copello de González, y los edificos Díez y Baquero, ambos realizados por el puertorriqueño Benigno Trueba y Suárez. En San Pedro de Macorís está el edificio Morey de Antonio Morey Castañer. En Santiago de los Caballeros está también abandonado el Hotel Mercedes de Romualdo García Vera. Estos inmuebles todavía tienen la oportunidad de volver a la gloria de su pasado con intervenciones contemporáneas que puedan darles un futuro productivo mediante una conservación correcta y una readaptación inteligente de su uso.

Que no caigan otros Jaraguas

LA ESPERANZA

Así como se ha hecho un esfuerzo para revitalizar los inmuebles de la Ciudad Colonial, utilizando herramientas legales y económicas, así mismo las autoridades deben reconocer el valor cultural (y eventualmente turístico) del patrimonio moderno. Por esa razón, urge finalmente promulgar la Ley de Patrimonio, un elemento indispensable que ha estado en un limbo en el Congreso desde hace más de una década. Sin ella, seguirán cayendo otros Jaraguas. Sin embargo, mientras se socialicen las historias de quienes pisaron el hotel cuestión en sus épocas de oro y plata, mientras se honre el trabajo de Guillermo González y mientras en las aulas de las facultades locales de arquitectura se reconozca el trayecto y el potencial del diseño dominicano, el Jaragua, efectivamente, no cae.

La historia se repite en el Malecón

LA ALERTA

El Teatro Agua y Luz, diseñado por el arquitecto catalán Carles Buïgas i Sans dentro del marco de la Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre de 1955, está viviendo algo muy similar a lo ocurrido con el caso del hotel en los años previos a ser demolido. Desafortunadamente, la sucesión de contratos de dudosa legitimidad y el abandono total que presenta desde hace más de una década lo ha convertido en un candidato para ser el próximo Jaragua. ¿Será este el catalizador generacional de los arquitectos y profesionales del diseño mileniales? ¿Será este el ejemplo que nos obligue a reconocer cómo le estamos fallando a la ciudad y a la ciudadanía? ¿Estamos dispuestos a luchar para que no sigan cayendo los Jaraguas que nos quedan?

Versión Digital

Jaragua
no cae

Autores
Alex Martínez Suárez
Rab Messina
Diseño web
Pablo Liz
Guía tipográfica
Ivanna Candelier
Diagramación libro
Samanta Sánchez Franco
Asistencia de investigación
Judit Germán Céspedes
Vivian Mateo Coradín
Asistencia gráfica
Roshermi Castillo
Liz Marie González
Karllennys Peña
Estefany Roa
Coordinación Centro León
María Amalia León
Luis Felipe Rodríguez
Mario Núñez Muñoz
Laura Bisonó Smith
Yina Jiménez Suriel

Centro Cultural Eduardo León Jimenes.

Santiago de los Caballeros, República Dominicana. 2021.

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta exposición digital o del libro Jaragua no cae sin la autorización escrita del titular de los derechos de autor.

es | en